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Veo

Te veo sufrir todos los días.

Te veo embarcada en una guerra inútil.

Le veo burlarse abiertamente de ti.

Le veo hacerte feos con un desprecio increíble.

No sé que le ha pasado, no sé si se siente miserable y esa es su forma de sentirse a la altura.

No le reconozco.

Ha perdido el sentido del humor, ha perdido la valentía de reírse de sí mismo, ya no tiene nada agradable.

No parece sentir ni padecer por nadie, ni por ti, ni por él.

Sólo existe sus caprichos, su opinión, su deseo (momentáneo o no).

Veo la impotencia y la rabia de no ser mínimamente apreciada.

Veo tu dolor.

A veces me veo revolviéndome en tu defensa, a veces se me atraganta no sólo un bocado sino toda la comida.

Despierta ya.

Sé feliz y deja que los demás disfruten de ti.

¿Conoces a alguien que haya cambiado completamente de forma de ser sin saber por qué?

Tesoros

Atesoro cosas que traen increíbles recuerdos a mi memoria, lágrimas a mis ojos y calor a mi alma. Cosas que recuerdan a personas diferentes que han marcado mi vida con el signo del amor en sus diferentes formas y expresiones.

Aquel rosario roto hecho de pétalos de flores, que te regalé precisamente yo. Me recuerda tu dulzura, tu cariño, tu respeto desde que era muy pequeña. La foto que te sacaste con aquel precioso vestido.

Las gafas rotas que usaste durante años cuando me leías el cuento de las «Mil y una Noches» y que me recuerdan como llevabas contigo una cuerda larga que atabas a un árbol para que yo pudiera saltar o esas canciones infantiles con juegos de manos que yo te enseñaba y tu aprendías como si fuera lo más interesante del mundo.

Rosita, el elefante rosa de peluche, que me regaste no recuerdo cuando pero que me trae recuerdos del amor que nos tenemos y del dolor de no haber podido ayudarte.

El colgante que tú te dejaste en casa cuando levantaste el vuelo dejando detrás de ti una ternura infinita y un recuerdo que, ahora mismo, está arrancando lágrimas de amor. La visera descolorida que nos hicimos con una foto en aquel avión de un parque de atracciones.

Esa alianza que nos compramos juntos en una tienda del aeropuerto que estaba en liquidación, que trae a mi memoria la complicidad, la diversión y el amor incondicional.

El jarrón que me regalaste por la inauguración de un nuevo hogar y que me recuerda que “más vale arrepentirse de lo hecho que estar pensando en lo que habría pasado si lo hubiera hecho.

La pulsera de hoja de yuca que me trajiste de uno de tus viajes y que me muestra que eres grande, grande.  

Y tú, ¿qué cosas conservas que te hacen vibrar el alma?

Y regresas

Voy casi todos los días y todos los días cuesta, todos los días duele y todos los días se me estimulan los centros del lenguaje (concretamente el soez).

¿Qué tal? ¿Bien? Noooo, ni mucho menos.

Y tarda en verse, tarda en llegar algún resultado, aunque sea mínimo.

Y vuelves, una y otra vez.

Y sudas, una y otra vez.

Y regresas arrastrándote, una y otra vez.

Y te preguntas si va a resultar alguna vez.

Sonríes a los que, como tú sufren y vuelven todos los días.

Poco a poco te dices a ti misma, pero resulta muy poco a poco.

Sólo queda pensar que vas porque quieres y que, aunque no te lo reconozcas muchas veces, SI lo notas y mucho.

Entonces vuelves y vuelves con una mezcla de alegría y resignación, pero con una sonrisa.

Sabes que sí que se nota, aunque no se vea y sonríes pensando en tu aspecto de pollo desplumado que corre entre bombas.

Luego reflexionando te das cuenta de que es cómo todo en la vida: cuesta y cuesta hasta que un día te das cuenta de que sientes seguridad en ese aspecto.

¿Con qué cosas te impacientas?

Esfuerzos

¿Cuánto esfuerzo le puede costar a alguien atormentar la vida de otras personas? ¿Cuánta locura puede destilar un ser humano? ¿Cuánto esfuerzo gastan en mantener en vilo constante a los demás?

A ti que te habías convertido en su saco de boxeo y que un día pensaste que, a lo mejor, la libertad era más llevadera.

A ti que ahora que no puede usarte físicamente como saco de boxeo, lo hace de otras muchas formas.

A ti que tienes que ver cómo atormenta lo que más debería proteger.

A ti que te mueves por la vida pensando donde te lo cruzarás y qué intenciones tendrá.

A ti que no sabes cuándo tus preciosas criaturas entrarán en una crisis de ansiedad por sus acosos.

A ti que estás cansada de ir a la policía o que la policía venga a ti.

A ti que estás a punto de hacerte accionista de un abogado porque no te deja en paz y ha descubierto un montón de maneras de complicarte la vida.

A ti, te digo, esto no es rápido ni fácil pero pasa. Lucha por ti y los tuyos y no dejes que un ser indigno de llamarse así te venza en la vida.

A él le digo TRABAJA que eso entretiene, gasta energía y vive tu propia vida.

¿Pecado?

¿Estar en un púlpito te hace acaso estar por encima del respeto a los demás?

Cuando se espera que tu espíritu sea más elevado que el del resto de los mortales ¿crees que puedes escupir inmundicia sobre el resto de las personas y sobre el dolor que acarrean en sus vidas?

¿Qué hay de la comprensión, caridad, empatía, solidaridad que se presupone cuando estás en determinado cargo?

¿Cómo se puede ensuciar lo que tantas personas de buen corazón hacen una labor encomiable de acompañamiento, de ayuda espiritual, de colaboración, de empatía de esa forma tan abominable?

Y lo visible que se hace alguien que escupe maldades habiendo tantas personas en su mismo trabajo que son fabulosas, encantadoras, solidarias, empáticas, cálidas…

El hecho de contar con un lugar privilegiado ¿te da derecho a ser insensible con tus congéneres?

Mi más profunda comprensión a todo el que tiene que vivir esa difícil circunstancia en sus vidas

El nivel de miseria del alma de los que pronuncian esas palabras es gigantesco.

¿Seguro?

Te veo y verte me recuerda que vivimos en modo automático hasta que algo se rompe en nuestra vida y nos deja en shock.

Seguro que le amabas y te levantabas corriendo todos los días de la cama sin darte mucho tiempo a mirarle, a besarle, a hacerle cosquillas, a darle los buenos días.

Seguro que, cuando volvías a casa, ibas corriendo de un lado para otro sin prestar mucha atención.

Seguro que os sentabais a comer juntos, pendientes del peque, de las noticias en la tele.

Seguro que, en ocasiones, por la noche cada uno veía una cadena de televisión, prestando atención a si el peque se despertaba.

Seguro que, a la hora de acostaros, cansados del trabajo, de las labores del hogar, del cuidado del bebé, caíais rendidos.

Seguro que la mayoría de los días eran repetitivos y un día…

Seguro que ninguno de los dos se imaginaba que un día uno dejaría de estar de repente.

Seguro que tu mundo se derrumbó y sin tiempo para llorarte tuviste que reconducir una vida que parecía estable y ya no lo es.

Seguro que, con el alma partida por la pérdida, tuviste que encargarte de cosas que te hacían sentir miserable.

Seguro que cuando miras a tu peque el alma se te rasga y en la garganta se te hace un nudo mientras tus ojos tratan de contener el mar de tu dolor.

Seguro que piensas en las cosas que abrías hecho, en las caricias que habrías dado, en los besos que ya no podrán llegar a destino, si supieras lo que iba a pasar

¿Cuántas cosas harías si supieses que tu gente no estarías mañana? ¿Cuántas cosas harías si supieses que mañana no estarías?

Poco a poco

Todos los días cuesta y no se ven los progresos todo lo rápido que desearía.

Suena el despertador y abro un ojo y pienso: cinco minutos más… y luego me digo VAMOSSSSS.

Me “arrastro” hacia la cocina y preparo un mini-desayuno y mi “café-no café”.

Me pongo los cascos y voy.

Voy a sufrir la recuperación día a día y me cuesta un buen golpe de fuerza de voluntad y unos “litros de sudor”.

No hay que pensar, como en muchas otras facetas de la vida, sólo ir y darle.

¿Me cuesta? Si, todos y cada uno de los días me cuesta.

¿Lo noto? Si, mejora poco a poco.

Y a ti ¿qué es lo que te cuesta hacer todos los días?.

Apariencias

Parecías tan moderno, tan encantador, tan comprensivo, tan juguetón…

Parecías tan moderno, tan simpático, tan colaborador…

“Ojalá yo tuviese uno así” llegué a oír.

Sólo los que dormían en el mismo espacio que tú sabían de tu transformación cuando cruzabas la puerta de casa.

Ahí te convertías en un tirano, al que todos temen y del que nadie les libra.

Ahí se oían los gritos de auxilio detrás de alguna puerta y el terror permanente.

Ahí te comportabas como un rey absolutista con el que ni siquiera se podía mantener una conversación intrascendente, a no ser que le dieses la razón en todo.

Esperabas que siempre te rindiesen pleitesía, que te pidiesen consentimiento para todo.

Ahí mostrabas que cualquiera que no estuviese de acuerdo contigo se convertía en un ser horrible, falto de respeto.

Ahí se te veía tu auténtico carácter: controlador hasta límites increíbles.

Ahí se vivía la alegría cuando no estabas: se bailaba, se reía, se cantaba… esperando que no fueras a aparecer en una hora no habitual.

Ahora veo también tu falta de empatía, de comprensión, de cualquier mínimo sentimiento.

Es el infierno que esconden algunas ventanas detrás de una pantalla muy bonita.

Soledad en compañía

Te veo todos los días sonreír, comparto espacio contigo y no lo ví.

Te imaginaba feliz con tu vida.

Cuántas veces imaginamos la vida de los demás y “cualquier parecido con la realidad es pura ficción”.

Hoy parecías necesitada de compañía y de comprensión.

He estado ahí, lo he vivido y sé que se oculta.

A veces un hogar no es más que una vivienda donde se comparte espacio.

Vivimos como si fuéramos simples compañeros de piso.

En ocasiones no sabemos quién es la persona con la que vivimos desde hace años.

Entramos en monotonía especialmente cuando la lucha te ha agotado tu espíritu.

Qué mala es la soledad en compañía.

¿Alguna vez te has sentido así?

El lobo

Todos los días veía esa cara amable que me sonríe en la calle. Siempre a la misma hora.

Todos los días a la misma hora, sin fallar ni uno sólo.

Juntaba valor para emitir algún sonido conciliador, para iniciar una conversación.

Cuando tenía que variar la hora seguía buscando, aunque sabía que no estaría y me preguntaba si mañana las miradas se cruzarían o cambiaría el recorrido.

Teníamos un tímido contacto visual de, apenas, unos segundos. Me miraba y yo correspondía, nos sonreíamos y nada más hasta el día siguiente.

Me imaginaba la persona que habitaba detrás de esa tímida sonrisa. Imaginé a una persona encantadora, divertida, amable…

Y ahora me aterroriza volver a casa…