Archivo de la categoría: Chicas

… qué pasaría si hubiese…

No recuerdo el momento juste en que te conocí, pero desde entonces, eres y has sido uno de los pilares de mi vida. Bueno, no sólo de mi vida. Estuvimos juntas en una circunstancias muy particulares: tú con la sociedad y yo con mi propio infierno, en el que me viste avanzar y me apoyaste siempre.

Siempre has sido alguien de un carácter muy particular, pero también firme y sin fisuras. Hemos compartido, en el tiempo,  momentos especialmente complicados, aunque por separado.

Hemos estado juntas, luego hemos estado separadas, otra vez juntas, pero cómo quiera que sea siempre estás en mi vida.

Me has enseñado a ser firme, a sentirme segura de mí misma, me has enseñado a enfrentar situaciones difíciles.

He visto en tí un desparpajo que yo nunca tuve y que, la verdad, siempre he envidiado.

Me has enseñado a divertirme, a mostrarme, a sentirme segura de mí misma, a “hecharle cara a la vida”, a no dar importancia a la opinión de los demás y cuando la situación es más complicada a salir a la calle con la cabeza bien alta.

En mi corazón tienes un sitio privilegiado por que te lo has ganado a pulso, por tu desparpajo, por tu “cara dura” en ciertos momentos, por tu capacidad de diversión y porque no te duelen prendas en decirme las cosas tal cual las piensas, aunque yo no esté de acuerdo.

Tu frase era: Más vale arrepentirse de haber hecho algo, que estar pensando qué pasaría si hubiese hecho…

¿Has tenido alguien así en tu vida?

El infierno escondido

Hace años en una casa de algún lugar de éste país, en una pequeña aldea, detrás de las ventanas y cuando se corrían las cortinas y se bajaban las persianas había un infierno generado por uno de los habitantes y que se cernía sobre los otros.

Nadie sabe que pasa en una casa cuando nadie mira. Las personas mostramos rostros que no somos capaces de reconocernos a nosotros mismos.

Y allí, un lugar idílico a la vista de los demás, dos mujeres eran objeto de las bruscas iras y de las inseguridades propias del tercero.

La mujer no puede vivir en igualdad de condiciones, no puede llevar una falda de un determinado tamaño, no puede llevar los labios pintados, no puede arreglarse, no puede tomarse una copa, no puede salir con amigas (ya no vamos a decir nada de salir con amigos).

Mientras, después de una mañana de trabajo agotadora, él duerme la siesta (porque está cansado) y ellas tienen que recoger ropa, fregar, limpiar el polvo, etc… (porque esto no cansa: “te realiza”). Cuando el señor se despierta si no está todo a su gusto se puede desatar la guerra. ¿Con quién se puede desatar? Pues, con la mujer de casa que esté delante o con todas a la vez.

Si hay gente a comer en casa el señor se sienta a la mesa y considera que si hay algún fallo no es de él. La casa, la comida, la mesa es “cosa de mujeres”, que, por supuesto, no van a poder disfrutar en la mesa con los amigos (no van a sentarse en ella en ningún momento probablemente).

Solemos opinar con mucha facilidad de la personalidad de las personas en función de la “cara social” con la que salimos a la calle.

Mami

Hace años entraste cogida de la mano de nuestro más preciado tesoro y desde entonces son tres tesoros maravillosos que nos alegran la vida, aunque no podamos achucharlos lo que quisiéramos.

Eras esa jovencita tierna, de aspecto dulce, tímida y reservada que parecía mirarlo todo como si todo fuese nuevo y asombroso para tí. Seguramente todo te parecía extraño, muy diferente a lo que estabas acostumbrada.  Probablemente nosotros también somos diferentes a lo que habías conocido. A lo mejor ni siquiera nos entendías (y no me refiero al idioma). A lo mejor incluso te parecimos invasivos (lo siento). El tiempo pasó y poco a poco cada vez que nos veíamos sonreías más.  

Con el paso del tiempo te veíamos crecer cada día.

Desde el proyecto de tres pudimos ver cómo mirabas con asombro la progresión de tu cuerpo y derrochabas dulzura en tu mano acariciando el futuro.  Luego el coraje, la timidez o el pundonor hicieron que quisieras vivir (y sentirte superwoman, lo que ya eras) tú experiencia sin interferencias.

Te has enfrentado a la nueva etapa con el coraje de querer demostrar que podías hacerlo (por supuesto que sí). Se te sale la dulzura y la ternura por los poros de tu piel cuidando de tu pequeña guerrera. Derrochas cariño en esa caricia tan tuya cuando le pasas la mano desde su frente hasta la cabecita en un gesto de protección y de consuelo increíble.

La serpiente

Todo el mundo tiene alguien como ésta persona en su vida (aunque no siempre se sabe). Es tremendamente dispuesta a acogerte bajo su ala cómo la gallina a los polluelos, a enseñarte cosas, a compartir cosas, absorbe lo que le puedas enseñar, comparte opiniones contigo, pero en algún momento deja de participar en la conversación manteniendo cara de interés y la sonrisa perenne.

Siempre muestra interés en tus cosas, se asombra con lo que le cuentas, te hace preguntas, te escucha hasta el final con interés.

Es una persona amable, dulce y empática con todo el mundo, así durante tiempo hasta que comienzas a ver una pequeña muestra de algo que no te gusta de alguien que, por supuesto, no eres tú y con el paso del tiempo cada vez lo vas viendo más veces. De momento se muestra muy cercana a ti y se muestra como un colega.  

Puede estar a tu lado escuchando o departiendo contigo, no te llevará la contraria, ni discutirá contigo. A tu espalda le mostrará a los demás el nivel de hipocresía que puede gastar. A mi me lo decían de pequeña “cuando la barba de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar” y es una frase que, esta persona, debería llevar tatuada en la espalda y en la frente.

Tiene una amabilidad acompañada de una sonrisa casi peremne en su cara, que en una fracción de segundo puede volverse un gesto burlón o de asco a la espalda de alguien. Nunca mostará su verdadero rostro salvo por la espalda.

Luego, una vez que siente el respaldo de otros, seguirá sin mostrar su cara de frente, pero por la espalda, incluso a veces «por lo bajini» no tendrá piedad.

Es exactamente como una encantadora serpiente, sibilina. A ti, que ves representada tu imagen aquí, que lo disfrutes mucho.

Tormento

Te pido perdón a ti, atormentada y enganchada, pero con un corazón enorme y tremendamente sedienta de cariño, del que no tenías en tu entorno, sedienta de “te quiero”, hambrienta de abrazos, necesitada de besos, la vergüenza y el desconcierto (cuando descubrí tu interior) no me dejaron mostrarte lo que te apreciaba.

Luego venía la locura de tu tormento.

Eras cómo un animal herido, como un cachorrito perdido en medio de una vorágine de seres que se mostraban fríos y distantes cómo cubitos de hielo, despotas, que cubrían la vergüenza de no ayudarte con impotencia.

Muchas veces pienso que no te serví de soporte todo lo que habría podido, lo que no creo es si me hubieses dejado enfrentar a los tuyos a lo que yo veía. Una vez lo intenté y me estrellé contra el muro de la vergüenza (no la mía) y la falta de decisión.

Te fuiste tan joveny me dejaste el recuerdo de aquel beso solicitado que me partió el alma en dos. Te fuiste y no sé si podría haberte hecho la vida más dulce. En una ocasión te pregunté qué necesitabas y me dijiste “un abrazo”; en ese momento vi lo sola que te encontrabas, lo perdida que te encontrabas, lo dolorida que tenías el alma, lo necesitada que estabas de amor.

Seguramente

Seguramente se puede tener un recuerdo más cómodo de la más tierna infancia, pero no con más amor. Vosotros, los dos, me disteis un gran tesoro que me ha mantenido a salvo, que me saca una sonrisa de ternura cada vez que pienso en vosotros. Esa mujer pequeñita y ese hombre espigado, que en mi infancia parecía muuuy alto, los dos han sido y serán mis referentes en muchos ámbitos de mi vida.

Eras el hombre más valiente (muchos años más tarde se han sumado mis dos chicos) que yo conocí para defender a los suyos. Ante los tuyos nada ni nadie podía interponerse, en una época en la que las leyes y la sociedad en la que te desenvolvías no eran iguales para todos. Tu supiste demostrarlo.  

Cuando vine al mundo ya nos estabas en edad de cargar conmigo, pero lo hiciste y jamás te quejaste. No estabas en edad de ponerme sobre tus hombros, pero lo hiciste. La mayoría de los hombres de tú época (incluso mucho más jóvenes) no tenían paciencia para charlar, jugar y acariciar a una niña pequeña como yo, pero no recuerdo que me faltase jamás una caricia, no recuerdo que no quisieras escuchar las cosas que yo quería contarte.

Eras un hombre espigado, alto, huesudo incluso. Tus ojos eran de un azul increíble, podías perderte en ellos más fácil que mirando al cielo. Eras tan dulce, tan cariñoso, tan amoroso… Tus manos nudosas me daban unas caricias rudas y llenas de amor. Eras un ser increíble, me gustaba tanto ir contigo… me contabas historias de la guerra, de tu familia, leyendas, ungüentos, medicinas naturales, los cuentos de las Mil y una Noches (supe lo que era cuando ya no estabas).

Luego cuando ya era una preadolescente te llevabas contigo una cuerda para atarla a un árbol y que yo pudiera saltar a la comba, o te aprendías los juegos de manos y las canciones que yo te enseñaba. Eras paciente cómo pocos: todavía recuerdo una carta que enviaste a casa con una letra … y con un trenzado lateral hecho a base de recortar el papel.

Eras mi héroe, contigo me sentía segura, querida (aún permanece esa sensación cuando te pienso). Eras valiente, capaz de enfrentarte a quién fuese, sin importarte nada, cuando veías una injusticia. Parecías tan seguro. Luego perdiste la cabeza, lo que hicieron que fuese complicada la vida contigo, pero incluso ahí tenías momentos de humor.  

Te amé, te amo y te amaré.

Carme

Ella fue una profesora, no sólo en la formación, sino también en la vida. El contacto con este espíritu libre fue breve, pero intensísimo. Dos años tremendamente intensos con una profesora de vocación como la copa de un pino.

Una mujer que te dejaba la cabeza dando vueltas después de cada clase, que enseñaba a preparar lo imprevisible, que obligaba a buscarse la vida.

 Una persona increíblemente jovial, que “escuchaba mejor con gafas”, que participaba de los éxitos de los “chavales” a los que les daba clase, que era capaz de montar una fiesta en su piso con un grupo de adolescentes (hay que tener valor) para celebrar con ellos algo y no tener miedo de que te destrocen el piso.

Una mujer capaz de dar clase sólo porque le gustaba ayudar a la vida a crecer, que se sentía en su salsa con los adolescentes (ya hay que tener un espíritu fuerte).

Capaz de ofrecer su vivienda, su soporte legal y su ayuda para encontrar trabajo a un estudiante cuando tenía dificultades. Capaz de saber que la vida social es tan importante como la profesional y de decirle a sus estudiantes que no podían dejar de lado ninguna de ellas. En su momento no supe mantener el contacto y ahora ya no es posible. Has sido capaz de imprimir en mí una forma de ver la vida, tus enseñanzas han perdurado y madurado en mí a lo largo de los años.

Sigue estando presente en mi carácter y en mis recuerdos más entrañables.

¿Qué persona te marcó en tu época de estudiante?

Perdón o perdóname

Elucubrando conmigo misma he estado pensado en las personas que creo que han sufrido o están sufriéndome a mí o a mi carácter y buscando acciones y comportamientos que corregir me he puesto a analizar cuál es la forma más efectiva de reconocer y reconocerle al otro que algo en mi comportamiento no ha estado bien y que, además de reconocerlo, trabajo en mejorarlo. Entonces me puse a analizar las formas de hacerlo y me salieron el “Perdóname-Discúlpame”, el “Perdón” y el “Perdón…pero”.

“Perdóname” (como si la otra persona estuviera obligada a otorgarnos esa gracia). Incluso llegamos a exigir al otro “¿Cuántas veces tengo que pedirte que me perdones?” o “¿Cómo tengo que pedirte que me perdones?”. El “Perdóname” (aunque no nos demos cuenta) es un imperativo, una orden; no una disculpa, no un reconocimiento de nuestro error. Es sobre todo una exigencia.  Otra cuestión es si esto te enseña a ti mismo algo, si de ello sacas la conclusión de que debes cambiar-crecer en algún aspecto de tu comportamiento.

Sólo decir “Perdón” (que, creo, expresa que eres consciente de que algo hiciste mal y que quieres ofrecer una disculpa que, por supuesto, no está sujeta a lo que la persona a la que se le ofrece la disculpa quiera hacer), sin condiciones, sin órdenes, sin obligaciones. Cuando pides perdón sin más estás reconociendo que hiciste algo mal, que, crees, afectó a la persona a la que le ofreces tu “Perdón”. Lo ofreces sin esperar nada, sin más. Puedes también ofrecer tu intención de modificar tu conducta en ese aspecto. También te estás diciendo a ti mismo donde puedes crecer y mejorarte.

Si detrás del “Perdón” va un “pero es que”, entonces ya no reconocemos nada, solamente echamos la culpa de nuestro comportamiento al del otro (ya sé no es fácil y entono el “mea culpa” en ello). Igualmente, no reconocemos que hicimos algo mal, sólo lo condicionamos a las acciones de otros; con ello “no es culpa/responsabilidad” nuestra. Realmente somos responsables de nuestro comportamiento, aunque también sé que las circunstancias pueden llevarte al límite y que una vez ahí, sacas tus demonios. Esto también es un aprendizaje para saber lo que corregir, que demonios tienes y trabajar en ello, aunque muchas veces te sangra el alma en el aprendizaje.

Voy a hacer un ejercicio de introspección y dedicar a las personas que han estado-están en mi vida las cosas por las que creo que no ofrecí mi mejor versión, sino, probablemente, la peor. A lo largo de las próximas semanas ofrezco desnudar mi alma en cosas que no suelo reconocer ni verbalizar y que, en algunos casos, ya no podré comunicar a quién le afectó y le ocasionó dolor.

Y tú, ¿qué crees?

Reloj

Miro hacia fuera y veo tu vida, mi vida, la vida de la gente. Con problemas, alegrías, con amores incipientes, con el corazón roto, corriendo en su día a día, casi sin ver a los suyos porque la premura es tanta que no da tiempo a pararse. Vivimos con tanta prisa que, estando en la misma vivienda, en la misma mesa, incluso sin que esté físicamente presente, el que la preside es el reloj, que es el dueño absoluto de la mayoría de las vidas, aunque ha dejado de presidir las paredes de las cocinas o las mesillas de noche rige cada uno de nuestros movimientos.

Ya no vivimos con los nuestros, no nos sentamos tranquilamente a disfrutar una sobremesa, no escuchamos realmente sus voces. Todo se convierte en datos, problemas que solucionar y en cumplir con el reloj. Nuestro jefe absoluto, que se erige en dictador de nuestra vida, que lo rige todo, incluso la relación más íntima.

Si es en el desayuno tenemos que llegar a tiempo (reloj) a trabajar-llevar a los niños al colegio, si es para la comida del mediodía tenemos el tiempo contado para ella (reloj), si es la cena hay que estar listos a las XX:XX (reloj) para bañar a los niños y acostarlos. Y esto de lunes a viernes (cómo mínimo). Si la familia quiere hacer algo diferente juntos, el fin de semana se vuelve otra contrarreloj.

Cuando quieres jugar una partida a cualquier juego, tenemos que vigilar el reloj, si tenemos intimidad con nuestra pareja, le restamos el tiempo a las horas (reloj) de sueño, si tu bebé/hij@ quiere jugar contigo tienes que restar tiempo (reloj)de algún lugar.

Además, somos conscientes de que el tiempo (reloj) se va y el día no nos da para nada (reloj), nos perdemos la niñez de nuestros hijos, su juventud y se van, hacen su vida y te lo has perdido por falta de tiempo (reloj) o por no saber gestionar el tiempo (reloj).

Necesitamos una pausa de disfrutar de hacer nada, para respirar el cuerpo de nuestra pareja, para jugar en el suelo con nuestros hijos sin tener que recibir ordenes del que parece el dueño de nuestras vidas, para poder olvidarnos del despertador, del reloj, en definitiva.

¿Cómo crees que preside tu vida?

Infinitas gracias

Somos lo que somos gracias a las circunstancias en las que nos vemos inmersos (a veces duras), a veces por nuestras decisiones y otras por las de otros. Todos guardamos mucho bagaje, alguno del cuál ni siquiera en nuestros momentos más íntimos reconocemos ni mencionamos.

Hoy voy a darle reconocimiento a todos esos sucesos, aunque no quisiera que ninguno de los míos tuviera que vivir alguno de ellos, pero he llegado aquí y no me han hundido (a veces parecía que estaban cerca).

A tí que quisiste y cuidaste aunque no te tocaba, a tí que jugabas conmigo, a tí que me tratabas con un cariño infinito, puedes irte con tranquilidad.

A tí y a tí que deberíais proporcionar lo que no supisteis, sin más, podeis sentir tranquilidad.

A ti que me odiaste desde cuando ní siquiera recuerdas, porque sí o porque no, puedes irte con tranquilidad.

A tí que me odiaste por el camino o por la circunstancia o por contagio, disfruta de tu tranquilidad.

A tí que me amas desde tiempo inmemorial pero no tuviste la fuerza para sacarme de donde estaba, aunque era tú responsabilidad; puedes sentir tranquilidad.

Y, sobre todo a tí, que me diste la mano para que saliera por mí misma, disfrútame y deja que te disfrute. En este apartado hay muchas más personas de las que se pueden imaginar. INFINITAS GRACIAS