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¿HICE ALGO?

Es una de las cosas que siempre me acompaña.

¿Hice algo para que no me comprendieran?

¿Hice algo para que ese asqueroso me tocase con su mano contando con que no lo verían mis padres?

¿Hice algo para que mi tio-abuelo decidiera manosearme sin permiso?

¿Hice algo para que el jefe de … pensara que yo estaba obligada a cumplir tus fantasias?

¿Hice algo para que sentirme tan desprotegida, tan incomprendida y tan indefensa?

¿Hice algo para que, a día de hoy, no les importe?

Esto debe ser lo que se preguntan todas las victimas de abusos.

¿Hice algo?

¿La vergüenza cambia de lado?

La vergüenza no cambia de lado porque la victima (del sexo que sea, de los años que tenga, …) tiene que demostrar en un montón de ocasiones lo que ha sucedido.

Tiene que verbalizarlo en voz alta (no siempre puede, no digamos ya si no es adulto), lo que hace que se plantee un montón de dudas cómo si hizo algo para provocar la situación (cómo si eso fuese un eximente).

Tiene que contarlo en su entorno más cercano.

Tiene que ir a una comisaría, donde las preguntas le van a plantear más dudas. Y ahí inspección ocular, física, psicológica…

Tiene que contárselo a un abogado.

Tiene que responder las preguntas del ministerio fiscal, de la defensa del acusado. Todo esto no va a ser nada amable.

Ya no vamos a pensar si el hecho se produce con extrema violencia o incluso si se produce por el entorno cercano…

Tiene que soportar que los medios de comunicación (más o menos próximo a su domicilio) el escrutinio de su vida privada (como si lo que hacía con su libertad de decisión justificase el avasallamiento de su propia persona y libertad de decisión.

Incluso así el perpetrador esconde su cara, una cara que mostraba a cámara para regocijo de sus amigos o colaboradores.

No, la vergüenza no cambia de lado en ningún caso, sólo señala en ocasiones a los culpables…

La victima siempre pasa vergüenza en todas y cada una de las fases por lo que, en ocasiones, prefiere callar para preservar su tranquilidad futura y la de su entorno.

Ni de lejos

Nos llenamos la boca diciendo que comprendemos el dolor por el que pasan los demás.

También que tenemos soluciones que mitigan lo que les sucede y no es verdad.

No lo es, ni siquiera si hemos pasado por lo mismo. Nunca es lo mismo.

Nosotros no somos ellos, nuestro momento no es el de ellos, las circunstancias no son las de ellos.

No hace falta que lo que pase sea una gran tragedia para que las personas la vivan como el fin de su mundo.

No puedo comprender el dolor de los demás, por mucho que lo intente.

Puedo escucharlo en silencio, estar disponible si me piden algo.

Puedo escuchar su dolor, puedo ofrecer mi hombro.

Cuando alguien tiene un dolor muy fuerte y no te pide «soluciones» o «paliativos»: respeta y no se los des.

Tú no eres ellos, por lo tanto no puedes entender, solucionar ni paliar.

Sólo escucha y actúa cuando te lo piden, porque no puedes llegar a comprender en toda su magnitud por lo que está pasando.

La insoportable levedad del ser

Después de una pausa me pregunto en qué momento hemos creído ser absolutamente inmortales… Vivimos como si siempre hubiese un “el año que viene”, “mañana lo hago”, “eso lo dejo para luego” y un largo etc. que, parece, que nos confirman que ahí estaremos mas tarde y de repente…

Nos comportamos como si siempre hubiese otra oportunidad para solucionar nuestros problemas, o para apartar definitivamente a personas que no nos hacen bien, para hablar con personas que amamos y que, por alguna cosa sin mucha importancia, fuimos dejando atrás.

Vamos por la vida como si dispusiésemos de una capa de superpoderes que nos hace indemnes, inmortales.

Vivimos en un nivel de soberbia tal que ni siquiera lo pensamos, lo damos por hecho.

De repente la torta que te dan resuena en Nueva York y la vida te muestra tu fragilidad, te enseña que, a lo mejor, más tarde no puedes decir otro “te quiero” o “lo siento”.

Por si no hay un “mas tarde” ahí van mis mensajes: a  ti GRACIAS por haberte ido, a ti perdóname, a ti TE QUIERO, a ti VETE A DAR UNA VUELTA… que yo me voy a cantar a gritos y a bailar como pueda (cosa que hace tiempo que no hacía).

¿Tú cómo vives?

El refugio

Eran los años sesenta, el entorno rural en el que vivían era inhóspito para las mujeres.

Temblaba cuando llamó a la puerta llorando, humillada, hundida, con el alma desgarrada y la sensación de haber desilusionado a los suyos, de haber fracasado en la vida y con la incertidumbre de no saber si la acogerían, saber si podría refugiarse del infierno que había sido su hogar.

Se desmoronó en cuanto fué consciente de que los suyos eran ellos: sus padres, su hermana…

Se dió cuenta de que no les importaba lo que nadie pensase, que daba igual lo que el mundo dijese, que la querían sin condiciones, sin preguntas.

Se dió cuenta de lo afortunada que era de poder ser lo que era en su casa: una niña desvalida y embarazada.

Se colgó de ellos con el espíritu de una niña, de un animal desvalido.

Se zambulló de lleno en el cuidado que le dieron, en su cariño y su protección.

Se dejó querer y cuidar como no lo había hecho la persona a la que había escogido para el resto de su vida.

Ahí las cuidaron a las dos hasta que decidió ir a buscar su infierno otra vez…

Las familias

A veces nos centramos en lo malo que nos sucede o cómo nos hacen sentir algunas actitudes de nuestros congéneres, pero también a lo largo de la vida vamos encontrando varias familias (unas más largas en el tiempo y otras fugaces).

¿Qué es una familia? Para mí una familia es un grupo de personas que te cuida de la que cuidas, que te comprende y que tú comprendes, que te dice las verdades sin ofender y a quién se las dices tú, con quién puedes contar y que pueden contar contigo, que te quiere y a quién tú quieres.

¿El tiempo que dura la relación?… es algo que no se puede cuantificar.

A veces tienes una familia efímera que dura un periódo pequeño durante el que, por circunstancias, estás lejano a los tuyos. Pueden ser un grupo de personas (o una sóla) que te arropan durante un tiempo en el que estás especialmente desprovisto de tu entorno habitual.

A veces tienes una familia (independiente de la otra) en el trabajo.

A veces tienes un familia en alguna actividad que desarrollas con una cierta frecuencia.

A veces tu familia no depende de la sangre que compartes con algunas personas.

A veces se convierten en un dolor de cabeza o te conviertes tú en su dolor de cabeza.

A veces se convierten en enemigos.

A veces hay personas que permanecen toda tu vida (algunos a lo mejor pasas mucho tiempo sin contacto).

Y a lo largo de la vida y de los acontecimientos algunas personas se suben a tu FAMILIA y otras se bajan.

Todos ellos forman parte de tu vida, de quién eres, de cómo eres, de tu forma de amar y de tu forma de relacionarte.

¿Quién crees tú que es tu familia?

Como quién oye llover.

Ella se dió cuenta de que no era nadie para sus compañeros cuando a alguién se le escapó que hacían actividades en las que no estaba invitada, cuando no la dejaban intentar cosas nuevas, cuando no la enseñaban nada de lo que ellos habían aprendido, la relegaban en todos los sentidos.

Se dió cuenta y eso fué un choque, porque no lo vió venir. Fué un puñetazo en toda la cara. Le dolió como nadie se imagina, sintió rabia, dolor, impotencia, ganas de … gritar, patear, escupir el veneno que la tenía infectada, morder…

Luego fué transitando entre las emociones fuertes y la desilusión absoluta y llegó a no importarle. Vamos: cómo quién oye llover.

Y ahora ya puede relajarse y participar en alguna broma, pero en el fondo no le importa nada de lo que digan.

¿Trabajas o has trabajado con personas que, tu crees que, te despreciaban? ¿Cómo te sentiste?

Desconcertada

Cuando tenemos alguién que necesita protección y vemos que por culpa de otra persona se vé en un situación peligrosa puede salir la hidra que todos llevamos dentro. No es justificable.

Cuando un pequeñito y estaba divirtiéndose en una atracción junto con otros niños, otros niños que eran bastante mayores y de repente uno de ellos saltó sobre el pequeñito. Le avisaron y él se reía y volvió a saltar sobre ella cuando ella ya estaba aterrorizada. Estaban en una zona en la que los adultos no deben acceder.

Los niños son niños y puede ser que en un primer momento no se dieran cuenta de lo que pasaba o del resultado de sus acciones, pero cuándo oye los gritos a su alrededor y se rie ¿qué piensa? ¿siente algo de empatía? ¿se dá cuenta de que está vulnerando a otro ser humano?.

¿Alguién recuerda lo que es sentirse física y emocianalmente vulnerable y desamparado?.

Dá un poco de miedo darse cuenta de las situaciones en las que se verán los nuestros a lo largo de la vida y las situaciones que pueden provocar.

Me asaltan las dudas de cuál sería la reacción más adecuada…

Aprender poco a poco

He visto que te quieren y aún así te cuesta quererte a tí misma.

He visto que te cuidan y aún así te cuesta dedicarte tiempo.

He visto que te apoyan y aún así apoyarte a tí misma.

He visto que te muestran respeto aún así te cuesta respetarte a tí misma

He visto que te avalan pero aún así tu no te sientes suficiente.

He visto que has roto barreras, que sigues aprendiendo a caminar de otra forma y a cambiarte de zapatos, si los que llevabas te lastiman.

El coste de las vivencias durante la infancia suele ser alto para las victimas y suele durar muchos años.

Muchas de las elecciones que haces corresponden a lo aprendido en la niñez, para bien y para mal.

A veces nos centramos demasiado en lo negativo, pero casi siempre hay una luz (aunque sea pequeñita) que te enseña otra forma de vivir, de relacionarte y lo más importante de respetarte. Gracias a ese rayo de luz al que podemos aferrarnos para superarnos.

Aún así ésto no es más que una foto, un lugar del pasado reflejado en nuestro presente, una cadena que sólo nosotros podemos romper, pero de la que debemos salir aunque ello nos cueste el resto de la vida.

¿Alegría?

Cuando el alivio llama a tu puerta y al abrir puedes divisar un poco de tranquilidad y de luz.

Cuando en el día a día vas viendo cada día más despejado y el sol asoma un poco más.

Cuando tú, que llevas una carga importante sobre tus hombros, parece que vas a poder disfrutar de tranquilidad.

Cuando lo que amenazaba con sumirte en la más absoluta debastación parece estar remitiendo.

Te encuentras espectante, entre esperanzada, contenta y asustada por el futuro. Estás en ese estado en el que te dá miedo alegrarte mucho por si es un preludio de la tragedia (otra vez). Porque, en el fondo, nos sentimos culpables por la alegría.

Adelante, con esa energía que sólo tú tienes, hermanita.