Archivo de la categoría: Poder

Mi pequeña hermanita

Eres mi hermanita de adopción (nosotras la hicimos) mi pequeña hermanita.

Un día nos presentaron (ni recuerdo cuándo) y comenzamos a hablar.

Pronto conectamos y comenzamos a hacer cosas juntas. Salíamos a caminar juntas (a veces solas, a veces con el peque y el cachorro) y hablabamos.

Viste tantas cosas que no te contaba… Recuerdo aquel día en que cuando volvimos de caminar se había desatado en infierno y el que, parecía, ser su representante vino a recibirnos echo una furia, completamente iracundo porque alguién se había confundido de número de teléfono… Te sorprendiste tanto, que todavía lo recuerdas a día de hoy. Creo que fué cuando empezaste a ver lo que sucedía.

Viste alguna de aquellas noches en las que, parecía, que cundía la más absoluta de las locuras y que todos y cada uno de los presentes parecía salido en una película de espíritus.

Recuerdo las jornadas de croquetas, las jornadas de rosquillas, las jornadas de bizcochos.

Estuviste ahí, apoyándo, compartiendo, escuchando, acompañando y abrazando. Mi hermanita pequeña.

Eres una de esas pocas personas que continúan ahí, una de las que supieron permanecer en un espacio neutral, sin influir, sin comentarios y sin recados, pero siempre apoyando.

Ahora que estás en una situación complicada no estoy segura de si te sirvo de algo, de si te estoy proporcionando suficiente apoyo…

Dolor

No me puedo imaginar tu angustia, ni el estado de alerta permanente en que tienes el alma, ni lo encogido que tienes el corazón.

Después de años de „tranquilidad” se ha vuelto a abrir la tierra a tus pies y ha producido una grieta que amenaza con tragarte con un dolor desgarrador. De repente y sin avisar: „pum”. 

Estás viviendo un momento tremendo, con tu corazón en estado de shock permanente. Estás mirando con angustia la puerta detrás de la cual se está produciendo algo que sabes que tiene la capacidad de romperte en trocitos tan pequeños que no se verían en el microscopio.

Estás „pasando por la vida” con una sola actividad en tu vida, todo lo demás no tiene la más mínima importancia. El mundo no tiene la más mínima cosa que te interese, salvo…

¿Qué alivio se puede proporcionar en éstas circunstancias? ¿Cómo se puede proporcionar algo que mitigue tu dolor?

… en el mundo equivocado.

Parte de tu niñez pasó en un mundo que dejaron rodar otros, del que no se atrevieron a cambiar nada de lo aprendido. Todo era una rueda: lo que yo viví y ahora te toca a tí.

Cada día pedías a gritos con tus ojos validación, amor, respeto y apoyo y nunca eso llegó. Nunca era suficiente, nunca había una demostración explícita de nada. O sí, quizás de desprecio, de odio, de que no eras válida, de que no tenías derecho a pedir nada, de que sólo podías agradecer y de que nunca, nunca hacías (o eras) lo suficiente.

Una noche pensaste en huir, en coger una cartera (la del colegio) con algunas cosas y desaparecer de ese lugar donde la alegría era una utopía, donde el miedo fluía de forma, casi, continua. Luego vino el desconcierto de no saber donde podrías ir y te resignaste a quedarte. Fué la primera vez que aplastaste tu autoestima.

Nunca era suficiente, nunca te portabas lo suficientemente bien como para merecer un elogio, un abrazo, un beso…Eso mismo que se le prodigaba a otros de forma continúa. Este era tan listo…, ella era tan inteligente, aquel otro era tan respetuoso con los mayores, … Todo servía para invalidarte, para no hacerte sentir suficiente para ellos.

Y salías a la calle y los que los conocían te explicaban lo „encantadores y modernos” que eran. A veces oías „ojalá los míos fueran cómo los tuyos”…

Sobrevivías esperando encontrar un mundo mejor (tu habías vivido antes en un mundo en el que eras valiosa por tí misma), te callabas lo que pasaba aunque los más cercanos siempre lo supieron y nunca hicieron nada, parecías fuerte y rebelde cuando eras un cachorro emocionalmente desvalido y dolorido.

Incluso la comida podía ser un momento desapacible, bien por tus opiniones (pedidas, a veces exigidas, por quién no compartía ninguna contigo), bien porque lo que había en el plato te producía nauseas y te obligaban a comerlo, bien por …

Ahora luchas, a cada momento, para que eso no te hunda, para que eso no te achante, para hacer entender que ese es tu espacio. A veces puede parecer que eres brusca (te lo parece hasta a tí mima), pero intentas ser tú misma y que se te respete.

En tu día a día todavía pesa esa invalidación, todavía luchas con la seguridad en tí misma, con tu autoestima.

El ascensor

Casi todos los días entramos en el ascensor juntos, nos miramos de forma fugaz para luego mirar al frente, al techo, al suelo o a cualquier lugar que evite la mirada del otro, yo no sé donde vas y tu no sabes a donde voy.

Si un día llueve mucho, podemos compartir unas palabras acerca de lo incómodo de la lluvia, del mal tiempo que tenemos… No profundizas en nada, el ascensor no te dá tregua.

A veces, de forma furtiva, te miraba y chocaba con tu mirada y no sé porque. Supongo que porque parece un poco incomodo en tan poco espacio compartir aire con alguién y no tener ni una conversación trivial.

Después, poco a poco, me fuí imaginando tu vida. Te coloqué en un piso en el centro sin pareja, con unas vistas increíbles y disfrutando, al final de la jornada, de un whiskey. Saboreando tu día.

Ayer, después de muchos días de subir juntos, me atreví a compartir una mirada complice contigo. ¿Complice de qué? Pues no sé, pero complice como sólo se puede ser con alguién a quién no conoces y que, realmente, tampoco tienes intención de conocer.

Compartimos espacio, un espacio en el que no le permitimos entrar a mucha gente de nuestra vida, pero el ascensor no te dá opciones. Sólo puedes sentirte incómodo compartiendo una intimidad no deseada.

Es la intimidad del ascensor.

Sobrevivir con el alma desgarrada

Tú que vives después de haber perdido lo más grande, alguien que nace de las entrañas de nuestra alma (no necesariamente de las físicas) eres valiente como pocos.

La viste crecer, te tocó la cara con sus deditos (esos que llegan hasta lo más profundo de tu ser) la cuidaste, la abrazaste con todo tu ser, intentaste protegerla, la viste rebelarse, la acompañaste en su forma de ser completamente diferente, la abrazaste cuando se rompió ante las circunstancias de la vida.

No me puedo imaginar el dolor que acompaña tus días, las veces que en tus sueños te rompes, el dolor que te produce ver cómo crecen y viven los hijos de los demás mientras tú recuerdas día a día lo que nunca podrá volver a ser.

Tú, que cada día que te veo me dan ganas de llorar y te veo más valiente de lo que has sido nunca, más fuerte y segura de ti misma llevando tu dolor en el rostro reflejado, pero viviendo en mayúsculas.

Tú que no has dejado de acudir a ninguna de las reuniones y que has participado como la que más, aunque el alma se te partiese recordando a quién ya no está.

Contigo delante no me atrevo a hablar de los nuestros, a no ser que me preguntes, porque no quiero aumentar tu dolor con mi gozo.

Tú eres una valiente de un calibre no imaginable y nunca te lo he dicho e incluso, quizá no te lo diga nunca.

Me justifico a mí misma que lo hago para no provocar más dolor en ti.

Qué bueno era…

Otra vez la sorpresa de ver cómo la gente convierte a alguien fallecido en un dios, maravilloso, fantástico, incluso alguien sin el cual la vida deja de tener sentido… todo muy normal ya que el dolor de cada uno siente el dolor de los suyos a su manera, pero hablamos de personas que no se soportaban desde años atrás y que ya no compartían vida. ¿Cómo pasamos de esto a estar al “borde de la locura” y a “3 minutos de un infarto”?

Además ¿cómo te permites menospreciar el dolor más grande que (creo) alguien puede sentir: la pérdida de un hijo? ¿Cómo se puede menospreciar esa pérdida y el dolor que ocasiona? Eso debería hacerte sentir pequeñito, pequeñito y miserable.

Amantísimas familias “perfectas” el día del funeral, que sienten un dolor tan desgarrador que parece que van directos a la locura.

Familias que estaban muy contentas con que uno de sus miembros estuviese lejos, mientras estaba vivo y que ahora están tan “desgarradas” por el dolor de la pérdida que ni siquiera respetan lo que él había decidido en su momento, sino más bien que quieren tomar decisiones por el resto de la familia.

Partes de una familia que no tenían problema en habitar la “casa familiar” (que ya no era la casa familiar sino la casa de un miembro de la familia) por días y comer y beber cuanto “fuese menester” y que ahora les molestaba la persona que los acogía en su casa se divirtiese cuando estaba en la de ellos…

No lo quiso ver

No lo vio cuando se conocieron y apareció deslumbrante, cuidadoso, simpático, encantador: un caballero medieval con brillante armadura que venía a rescatar a la princesa del malvado rey (aunque no había malvado rey, más bien un maquiavélico caballero).

No lo vio cuando se dio cuenta de que su familia no la quería, que la despreciaban, que ya tenían otros planes para él (creyó que su amor triunfaría).

No lo vio cuando la apartaba constantemente de sus amigas (creyó que era porque estaba impaciente por estar cerca de ella).

No lo vio cuando su primo la saludó como siempre, con un estrecho abrazo y muchos besos, y él se puso celoso (pensó que ella no debía haberse comportado así con otro hombre).

No lo vio cuando sus padres le dijeron que se fijase bien si ese era el hombre que quería, porque ellos creían que no la trataría bien (pensó que estaban dudando de su capacidad de tomar decisiones).

No lo vio cuando los padres de él le decían que comía mucho (era normal que él no dijera nada porque no iba a enfrentarse a sus padres).

No lo vi cuando la madre de él la atacó por primera vez (pensó que, a lo mejor, ella había provocado de alguna forma esa conducta).

No lo vi cuando tuvo que refugiarse en casa de sus padres.

No lo vio cuando su padre tuvo que defenderla por haberse refugiado allí.

No vio venir la tragedia que la atropellaría el resto de su vida y que acabaría por convertir su inicial alegría en una amargura constante que no la dejaría disfrutar de su vida en ningún momento.

No lo vio, procura abrir los ojos tú: hoy es más pronto que mañana.

La muerte nos hace tan buenos…

Esta semana la vida me ha vuelto a sacudir con lo impredecible, con lo etérea, con lo fragil que es y con lo difícil que resulta asimilar una pérdida repentina de alguien con quién compartías espacio y tiempo en alguna de las facetas de nuestro día.

A todos nos duele perder a los “nuestros”, nos desgarra el alma, nos parte el corazón y nos enfrenta a un nuevo renacer para el que no vemos el camino. El vacio y el dolor nos inunda de forma que parece que nos parte cada órgano, cada vena, cada músculo se desgarra en nuestro interior. Esto me merece el máximo respeto.

Pero y me ha vuelto a enseñar el nivel que la muerte nos hace las mejores personas, las más compañeras, las más solidarias (según los que ayer sacaban a relucir lo más oscuro de nuestras profundidades).

He podido ver cómo lo que era marrón oscuro y, a veces negro, se ha vuelto blanco, etéreo, transparente.

Cada vez que eso sucede me sorprendo y no paro de pestañear para ver si es verdad o un sueño o si realmente estoy viendo y escuchando es real.  

Nos volvemos los mejores amigos, todos disfrutábamos enormemente con su compañía (claro ahora que no está), lloramos amargamente por personas que no soportábamos, con las que nuestro día empeoraba a menudo.

Y otra vez la conclusión es que la muerte nos convierte en las mejores personas del mundo en boca de los que nos odiaban, de los que se burlaban de nosotros, de los que nos despreciaban y de los que nosotros desprecíabamos.

Que el paso fuera ligero y qlttsl.

… qué pasaría si hubiese…

No recuerdo el momento juste en que te conocí, pero desde entonces, eres y has sido uno de los pilares de mi vida. Bueno, no sólo de mi vida. Estuvimos juntas en una circunstancias muy particulares: tú con la sociedad y yo con mi propio infierno, en el que me viste avanzar y me apoyaste siempre.

Siempre has sido alguien de un carácter muy particular, pero también firme y sin fisuras. Hemos compartido, en el tiempo,  momentos especialmente complicados, aunque por separado.

Hemos estado juntas, luego hemos estado separadas, otra vez juntas, pero cómo quiera que sea siempre estás en mi vida.

Me has enseñado a ser firme, a sentirme segura de mí misma, me has enseñado a enfrentar situaciones difíciles.

He visto en tí un desparpajo que yo nunca tuve y que, la verdad, siempre he envidiado.

Me has enseñado a divertirme, a mostrarme, a sentirme segura de mí misma, a “hecharle cara a la vida”, a no dar importancia a la opinión de los demás y cuando la situación es más complicada a salir a la calle con la cabeza bien alta.

En mi corazón tienes un sitio privilegiado por que te lo has ganado a pulso, por tu desparpajo, por tu “cara dura” en ciertos momentos, por tu capacidad de diversión y porque no te duelen prendas en decirme las cosas tal cual las piensas, aunque yo no esté de acuerdo.

Tu frase era: Más vale arrepentirse de haber hecho algo, que estar pensando qué pasaría si hubiese hecho…

¿Has tenido alguien así en tu vida?

El infierno escondido

Hace años en una casa de algún lugar de éste país, en una pequeña aldea, detrás de las ventanas y cuando se corrían las cortinas y se bajaban las persianas había un infierno generado por uno de los habitantes y que se cernía sobre los otros.

Nadie sabe que pasa en una casa cuando nadie mira. Las personas mostramos rostros que no somos capaces de reconocernos a nosotros mismos.

Y allí, un lugar idílico a la vista de los demás, dos mujeres eran objeto de las bruscas iras y de las inseguridades propias del tercero.

La mujer no puede vivir en igualdad de condiciones, no puede llevar una falda de un determinado tamaño, no puede llevar los labios pintados, no puede arreglarse, no puede tomarse una copa, no puede salir con amigas (ya no vamos a decir nada de salir con amigos).

Mientras, después de una mañana de trabajo agotadora, él duerme la siesta (porque está cansado) y ellas tienen que recoger ropa, fregar, limpiar el polvo, etc… (porque esto no cansa: “te realiza”). Cuando el señor se despierta si no está todo a su gusto se puede desatar la guerra. ¿Con quién se puede desatar? Pues, con la mujer de casa que esté delante o con todas a la vez.

Si hay gente a comer en casa el señor se sienta a la mesa y considera que si hay algún fallo no es de él. La casa, la comida, la mesa es “cosa de mujeres”, que, por supuesto, no van a poder disfrutar en la mesa con los amigos (no van a sentarse en ella en ningún momento probablemente).

Solemos opinar con mucha facilidad de la personalidad de las personas en función de la “cara social” con la que salimos a la calle.